El nuevo otoño llega. Las veredas se cubren de hojas de todos colores, amarillas, verdes, rojizas. Las jornadas comienzan a acortarse. Amanece más tarde y oscurece más temprano. Las temperaturas comienzan su descenso poco a poco. El cielo se nubla. Llegan las lluvias, el viento y el granizo. Las tejas de los techos se rompen. Cristóbal escribe en su cuaderno sentado en un banco de la plaza amazonas. Pensativo mira el cielo y empuña el lápiz. Un poema sale, una ginebra lo acompaña. Ya era tarde para ir a buscarla, Eva había partido a cataratas. Un cigarrillo tras otro y su recuerdo en la cabeza. La noche eterna, el dolor por la partida cada vez más fuerte. Borracho, tirado y sin nada que hacer para retenerla. Despertó a la mañana siguiente con el ruido de los chicos que jugaban en el parque, y pensó en un viaje. Un colectivo hacia el sur, era la salida. Buscaba un lugar que le dé un respiro ante tanta angustia. Varios pueblos y varias ciudades lo cobijaron, y finalmente llegó a Trevelin un pintoresco pueblo situado en la provincia Chubut. Nunca más supieron de él en su barrio, fue imposible ubicarlo para su familia y amigos. Cristóbal se dedicó al cultivo de frambuesas y frutos del bosque. Nunca pudo olvidar a Eva.
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